Dejemos de hablar de belleza
- Disidentas
- 9 nov 2018
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 25 nov 2018
Por Camila Bernal Ortega
Los cuerpos como recolectores de construcciones simbólicas se han estructurado desde el nacimiento con la dominación del sistema binario sexo-género. Es desde ese momento tan arbitrario y al azar como lo es el nacimiento, que se comienza a articular la corporalidad de acuerdo a una serie de cánones y modelos impuestos desde un contexto retirado del nuestro. Sin embargo, las mujeres somos dueñas de corporalidades heterogéneas que lejos se encuentran de corresponder y ajustarse a los modelos uniformes de Occidente.

En este sentido, el establecimiento de una imagen que ha normado la representación del cuerpo femenino, ha actuado como factor de regulación y control dentro de la construcción epistémica que ha sido impuesta desde la posición dominante de los cuerpos dominantes. Por lo tanto, la performatividad del cuerpo, como lo ha bautizado Judith Butler, es aquello que prepondera en el discurso del sexo y obra para producir en las corporalidad los efectos deseados, regulando y moldeando aquello que el sistema sexo-género busca. Autodeterminándonos a actuar y vernos como hombre y mujer, como si significara una característica innata de quiénes somos, y no como la construcción social y cultural que es. Cabe mencionar, que esta imagen de hombre y mujer se encuentran mayormente definidos por aquello que no son; "una mujer no actúa de esta manera”, “una mujer no habla de aquella forma”, “un hombre no puede expresarse así”, etc.
Es a partir de estos mecanismos que se despojan a todas a aquellas corporalidades que no caben en esta única y estrecha estructura. Por lo que se alimentan de una serie de instituciones y actores dedicados a seguir demarcando los límites de las corporalidades. Sin embargo, la importancia del cuerpo no se limita a su materialidad, dentro de éste también reside la identidad, el reconocimiento de uno mismo y por ende, del otro; prácticas que se consolidan por los diferentes contextos socio-históricos específicos.
Es verdad que la idea occidental actual de belleza es la mujer joven, delgada con pechos y caderas bien definidas, cabello largo y mayoritariamente de tez clara. Sin embargo, esta concepción ha ido cambiando con los años y la venta de la idea del “cuerpo perfecto” no es un fenómeno de nuestro contexto en particular, y las formas de control y restricción mediante el cuerpo tampoco.
Bastante se ha escrito para poder observar los mecanismos de opresión creados en contra del cuerpo femenino. La caza de brujas es un ejemplo de la persecución que sufrieron las mujeres que poseían algún tipo de sabiduría o de control sobre su sexualidad.
En la actualidad, estas estructuras no se encuentran menos corrosivas ni dañinas. La construcción simbólica de la belleza hegemónica que hoy en día se vive ha logrado proyectarse en la conciencia colectiva a grados estructurales en los cuales las corporalidades disidentes no tienen voz ni valor alguno. La aspiración de la belleza ha representado un verdadero peligro para los cuerpos femeninos.
El reconocimiento de la belleza como el mecanismo de dominación que ha representado a lo largo de la historia y la separación de nuestros cuerpos disidentes con los modelos imposibles, es el comienzo de una larga e interminable tarea de resistencia. Hablando desde mi propia corporalidad, como una mujer con ciertos privilegios reconocibles e inmersa dentro de un contexto inundado de valores y aspiraciones occidentales, me he reconocido arrastrada dentro de estas prácticas. ¿Cómo no hacerlo? En verdad es una pregunta legítima que dentro de mi reflexión como mujer he tenido que plantearme más de una vez. Dentro de mis alcances de respuesta propia, he comenzado a intentar (por más que parezca redundante) a separarme de retóricas que siempre regresan al cuerpo occidental; a la belleza única homogénea. Dejemos de seguir modelos bellas, dejemos de preocuparnos angustiadamente por lo que comemos, dejemos de hacer comentarios sobre nuestro cuerpo, dejemos de reiterarnos ante los ojos de los hombres, dejemos de ponernos en comparación y poner en constante tela de juicio nuestro cuerpo y la de la otra. Con esto no pretendo que sea la respuesta o ni siquiera el comienzo para muchas mujeres que se asimilen a mi posición. Sin embargo, para mi existencia, sí ha significado el comienzo de un largo y necesitado suspiro.
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